Hace dos años, mi mundo se rompió. No hay otra forma de decirlo. Perdí a mi hermano, y con él, una parte de mí que jamás creí que volvería a recuperar. Dejé de salir, de hablar, de reír. Incluso dejé de comer. Me encerré en mi propio dolor, como si vivir sin él no tuviera sentido.
Los días eran largos y vacíos. La casa se sentía más grande, más fría, más silenciosa que nunca. Porque el divertido era él, no yo. Nunca fui yo.
Hasta que, sin previo aviso, mi padre trajo un piano y lo dejó ahí, en medio de la sala, sin decir una palabra. Ni siquiera me pidió que lo tocara. Solo lo dejó, como si supiera que, tarde o temprano, yo me acercaría.
Fue el principio de un cambio que jamás creí posible.
Al principio lo ignoré
Era solo otro objeto, otra cosa que no significaba nada. Pero con los días, su presencia empezó a inquietarme. No sé qué me impulsó a hacerlo, pero una noche, cuando el insomnio me tenía atrapado, me senté frente a él.
Apoyé las manos sobre las teclas y presioné una nota. Su sonido se expandió por la habitación, llenó el espacio vacío, rompió el silencio pesado en el que me había acostumbrado a vivir. Toqué otra nota, luego otra… Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo dentro de mí respondía. Algo pequeño, casi imperceptible, pero real.
Sin entender por qué, supe que ese instante lo cambiaría todo. Que, de alguna manera, el piano había llegado para salvarme.
La música como refugio
El piano apareció en mi vida cuando más lo necesitaba, aunque en ese momento no lo sabía. Al principio, era solo un mueble más en casa, algo que ignoraba mientras intentaba seguir con mi rutina de no sentir, de no pensar.
Pero un día, sin saber por qué, me acerqué y presioné una tecla. Solo una. Y esa nota resonó de una forma que me hizo quedarme quieto. Era un sonido simple, sutil, muy bonito. Solo un sonido que no pedía que estuviera bien. Era solo música, y por primera vez en mucho tiempo, algo me habló sin esperar nada de mí.
Porque todos lo hacían. No por ser malos, sino por estar preocupados por mí. Querían verme bien, volver a verme reír, a disfrutar… a ser feliz. Pero ¿cómo podía serlo si mi hermano, ese con el que compartí tantos momentos, se había ido…?
Desde entonces, el piano se convirtió en mi refugio. Cuando el dolor era demasiado fuerte, cuando los recuerdos volvían con contundencia, me sentaba y dejaba que las melodías se encargaran de decir lo que yo no podía.
Hubo días en los que tocaba con rabia, otros en los que apenas rozaba las teclas con los dedos. Pero siempre, sin importar cómo me sintiera, el piano estaba ahí. No me juzgaba, no me obligaba a estar bien, solo me dejaba ser. Y de alguna manera, eso fue suficiente para empezar a sanar.
El piano calma la mente
Nunca pensé que algo tan simple como presionar una tecla pudiera hacer que mi cabeza dejara de dar vueltas y de pensar. Durante mucho tiempo, mi mente estuvo atrapada en un bucle interminable de recuerdos y pensamientos que no era capaz de callar. Pero, cuando tocaba el piano, por un rato todo se quedaba en silencio, todo se sentía en calma. Y aquello me hacía sentir muy bien. Lo necesitaba, necesitaba el silencio.
Las melodías me obligaban a estar presente, a escuchar cada nota sin pensar en el pasado ni preocuparme por el futuro. No era solo tocar por tocar, era encontrar un espacio donde mi ansiedad se apagaba y la música tomaba el control.
Al repetir escalas y acordes, sentía que algo dentro de mí volvía a tener orden, que por fin había algo en mi vida que tenía sentido. La paciencia y la disciplina que me exigía el piano fueron justo lo que necesitaba para recomponerme, para volver a sentir que tenía algo por lo que avanzar.
No sé si podría haber salido adelante sin la música, pero lo que sí sé es que cada nota que tocaba fue un paso más hacia sentirme en paz otra vez.
El piano, además, me ayudó a controlar mi cuerpo
Nunca pensé que tocar el piano tendría un impacto más allá de mi mente, pero lo tuvo. En esos primeros meses, mi cuerpo reflejaba mi tristeza sin que yo lo notara: mis hombros estaban caídos, mi espalda encorvada, mis movimientos eran muy pesados… Me sentía débil, sin energía. Pero, poco a poco, el piano empezó a cambiar eso.
Para tocar bien, tenía que sentarme correctamente, respirar con calma, dejar que mis manos fluyeran sobre las teclas. Al principio, apenas tenía fuerza. Mis dedos se cansaban muy deprisa, mis muñecas me dolían y mi postura era un desastre. Pero cuanto más practicaba, más consciente me volvía de mi cuerpo.
Sin darme cuenta, mi espalda comenzó a enderezarse, mis manos adquirieron resistencia, mis movimientos se hicieron más ágiles. El simple hecho de tocar cada día me devolvió parte de la energía que creí haber perdido para siempre.
El piano no solo me ayudó a expresar mis emociones, también me enseñó a cuidar de mí mismo. Me mostró que mi cuerpo y mi mente estaban conectados, que sanar por dentro también significa recuperar fuerzas por fuera.
Y así, sin que lo planeara, tocar música se convirtió en el primer paso para volver a sentirme bien.
La música tiene el poder de sanar, nadie podrá discutirme eso
Si hay algo que nadie podrá discutirme, es que la música tiene un poder inmenso para curar. No sé cómo lo hace, pero lo hace. Cuando estaba en mi peor momento, sin ganas de nada, el piano fue lo único que me ayudó a seguir adelante.
Hubo días en los que la tristeza me ahogaba, donde sentía que nada tenía sentido y que jamás podría seguir adelante. Pero en lugar de quedarme atrapado en ese vacío, dejé que el piano hablara por mí. No tenía que decirle a nadie lo que sentía, no tenía que explicar mi dolor. Solo tenía que tocar, y las notas lo hacían por mí.
Cada melodía que componía era un reflejo de mi estado de ánimo. A veces sonaba oscuro, a veces suave, y de vez en cuando, con el tiempo, empecé a notar que algunas piezas tenían algo diferente… algo de luz. El piano se convirtió en mi confidente, en el único que realmente entendía lo que pasaba dentro de mí sin pedirme explicaciones.
No sé qué habría sido de mí sin la música. Solo sé que gracias a ella, poco a poco, empecé a sentir que aún había algo bueno en este mundo. Y eso, para mí, lo cambió todo.
Ten paciencia si quieres aprender a tocar el piano
Para Kristina Kryzanovskaya, profesora de piano con más de diez años de experiencia, hay un consejo que repite constantemente, y que a mí me funcionó: sé paciente contigo mismo.
«Muchos creen que tocar el piano debería sentirse bien desde el primer día, pero no es así«, explica Kristina. «Al principio, cuesta. Siempre cuesta. Es un instrumento de música algo complicado, pero, si le tienes paciencia y practicas a menudo, al final tus dedos se mueven solos por las teclas y tu interior cambia. Te sientes más capaz, de notas más hábil. Y eso se refleja en el exterior de una persona que lo está pasando mal, tenga la edad que tenga «.
La paciencia no es solo necesaria para aprender un instrumento, sino para sanar. Para reconstruirse. Cada avance, por pequeño que sea, cuenta. Cada nota que sale mejor que la anterior es un paso adelante. Y cuando por fin logras tocar una melodía que te hace sentir algo, te das cuenta de que no solo aprendiste piano, aprendiste a confiar en ti de nuevo.
De sobrevivir a vivir
Nunca pensé que una caja de madera con teclas pudiera cambiar mi vida, pero lo hizo.
Al principio, solo me acercaba al piano para matar el tiempo, sin expectativas, sin ganas reales de aprender. Pero cada día me atrapaba un poco más. Las notas que tocaba empezaron a tener significado, y sin darme cuenta, ya no solo estaba sobreviviendo… estaba empezando a vivir de verdad.
Decidí tomar clases, aprender a tocar de verdad. Me esforcé, repetí ejercicios, fallé muchas veces… pero cada pequeño avance era una victoria, una prueba de que todavía tenía algo dentro de mí que valía la pena seguir explorando.
Ahora, dos años después, me estoy preparando para dar mi primer gran concierto. No es solo un evento para mí, ni siquiera para demostrar cuánto he aprendido. Es el cierre de una etapa y el inicio de otra. Es la prueba de que, aunque hace tiempo pensé que nunca volvería a sentirme bien, aquí estoy, sentado frente a mi piano, listo para compartir mi historia en forma de música.
No sé qué pasará después, pero sé que este camino me salvó. Y si algo tengo claro, es que nunca dejaré de tocar. Nunca dejaré de convertir todo lo que siento en melodía.
Porque hoy, más que nunca, la música es mi vida.